A pesar que las pataletas constituyen una
conducta frecuente entre los dos y los tres años de edad, es fundamental que
los padres sepan manejarlas y no cedan ante ellas. Saber por qué los niños
tienen pataletas y conocer la forma de actuar cuando estas ocurren, ayuda a
evitarlas.
¿Por qué son las
pataletas?
Entre los dos y tres años no es de extrañar
que un niño cuando no logra lo que desea grite, se tire al suelo, de patadas y manotazos.
Es decir, tenga una pataleta.
Podemos definirlas como una forma en la que
algunos niños reaccionan ante una negativa a una petición o deseo, o como el
modo en que expresan su frustración e independencia.
Sus causas son varias y los padres pueden
prevenirlas o actuar ante ellas con determinadas conductas, pero siempre
aderezadas con paciencia y cariño.
¿Por qué los niños
tienen pataletas?
Las pataletas pueden deberse tanto al
carácter como a la educación recibida.
Aunque no todas se pueden evitar, si se puede influir en la frecuencia e
intensidad, según los padres vayan enseñando a su hijo a expresar sus
sentimientos y a manejarlos.
Cuando un niño tiene una pataleta, no lo hace
con la intención de hacer sufrir sino que forma parte de su desarrollo. Es una
forma de reaccionar al no saber expresar con palabras lo que sienten, por lo
que lo exteriorizan con rabia y frustración. También lo hacen como medio para
conseguir algo.
Otra de las principales causas es la
necesidad que tiene el niño de llamar la atención o de poner a prueba los
limites y reglas establecidos por sus padres. Rara vez el niño tiene pataletas
cuando no están sus padres u otra persona que habitualmente cuiden de él. Lo
normal es que se produzcan cuando los padres están ocupados, hablando con
amigos o haciendo cualquier cosa que les impida dedicarse exclusivamente a ellos.
Otras veces aparecen porque el niño está
excesivamente cansado, muy excitado, enfermo
o enfadado, siendo más difícil para el controlar sus emociones en estas circunstancias.
En cualquier caso, los padres nunca deben
ceder ante esta reacción de su hijo. El niño debe de aprender que es una conducta inaceptable,
que no cambiara la forma de pensar de sus
padres y con la que no conseguirá nada.
¿Cómo actuar ante
esta conducta?
Lo mejor es ignorar al niño, no tenerlo en
cuentas. Como el objetivo de la pataleta es llamar la atención, lo más
recomendable es dejarlo solo (siempre que no haya ningún peligro). Es la forma
más rápida de que cese la pataleta. Si no hay nadie que la presencie, no tiene
sentido para el niño.
No ceder ante ellas. Hay que ser coherentes,
no podemos poner reglas y limites y posteriormente ceder porque la situación
sea violenta o porque despierte en nosotros compasión y malestar al verlos tan
alterados. Si cedemos, lo único que lograremos es que el niño aprenda a
manipular a sus padres y que logre su objetivo, con lo que estaremos dando
lugar a que se repitan.
Cuando el niño recupere su comportamiento
normal debemos hablar con él y explicarle lo inapropiado de su conducta. En
ningún momento debemos tratar de hablar con él en el momento de la pataleta,
solo empeoraremos la situación.
No debemos golpear al niño ni castigarlos,
solo aumentaríamos la duración de esta. Nos limitaremos a esperar que se le
pase.
Si tras una pataleta, muestra arrepentimiento
o comprobamos que ya no son tan frecuentes porque empieza a entender que no es
el mejor modo de conseguir algo, debemos elogiarle y animarle a mantener ese
tipo de conducta.
Para algunos padres la situación resulta más
complicada si es en un lugar público y con la presencia de desconocidos o
extraños. Ante estas circunstancias, lo mejor sería coger al niño y llevarlo a
algún lugar donde haya menos gente y esperar a que se le pase.
Los padres deben prestarle especial atención
cuando no tenga pataletas o reforzarle y elogiarle cualquier conducta positiva
que pueda tener. Piense que su hijo también utiliza las pataletas para llamar
su atención. Demuéstrele que usted estará más entregado a él cuando este mantenga
un buen comportamiento.
Para poder evitar, es necesario conocer en
que circunstancia suelen producirse y con qué frecuencia. Tratar de establecer
un patrón en ellas. Siempre habrá situaciones y momentos en los que es más
probable que ocurran. Si el niño tiene una tendencia a enfadarse y frustrarse
cuando se enfrenta con tareas o actividades superiores a sus capacidades, o
cuando intenta jugar con un juguete demasiado complicado para él, debemos
evitar estas situaciones y buscar aquello que pueda lograr en realidad.
Debemos ayudarlo cuando observamos que no
sabe o no puede continuar ante una situación concreta. No se trata de hacer las
cosas por él, sino de ofrecerle una
pequeña ayuda o alternativas. Por ejemplo, podemos ayudarle cuando no logre
encajar la pieza de un puzzle o ayudarle a buscar un juguete que no encuentra.
Así evitaremos que se enfade innecesariamente.
Si sabemos que nuestro hijo se altera
demasiado ante determinadas circunstancias, como puede ser el cansancio o la
excitación que puede producirle el haber pasado jugando una tarde también con
varios amigos o a la visita de un familiar, debemos adelantarnos a la pataleta
y calmarlo antes de que esto ocurra.
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